jueves, 20 de octubre de 2011

EL PERRO DE NEVESINJE


FOTO: www.mundomascota.net

Hacía tiempo ya que no publicaba nada y no ha sido por falta de noticias o de ganas. El problema ha sido (y es) que comentar temas de actualidad desde la condición de militar te hace andar, la mayoría de las veces, por el difuso borde que separa nuestra libertad de expresión y la obligación de neutralidad política y sindical. Así, desde mi última publicación, se han ido a la picadora dos borradores: el primero sobre la Sociedad General de Autores y Editores (SGAE) y Eduardo Bautista, el Judas Iscariote[1] que la comandaba. Otra faceta de la “kultura”, de la que habría dado buena cuenta Millán-Astray con su famosa y siempre descontextualizada frase de “¡Muera la Inteligencia!”[2]. El segundo, sobre la publicación de la Ley Orgánica 9/2011, de 27 de julio, de derechos y deberes de los miembros de las Fuerzas Armadas, que ha pasado desapercibida en los medios de comunicación y ha sido también superficialmente difundida en medios militares. Para mí supone, ni más ni menos, que la desaparición del concepto de Mando, con mayúscula, tal y como lo hemos conocido hasta ahora. Las asociaciones tienen, a partir de este momento, un papel preponderante en la “defensa y promoción de los intereses profesionales, económicos y sociales de sus miembros” y contribuirán “en el proceso de elaboración de proyectos normativos que afecten al régimen de personal”. Como dice su Preámbulo: “Se pretende que esta vía –asociaciones profesionales– sea un complemento adecuado de la representación institucional que se ejerce a través de la cadena de mando militar”. Sin comentarios.

Unamuno saliendo de la universidad de Salamanca
FOTO: www.rojoyazul.net
Por eso, hoy he decidido escribir de algo inocuo desde el punto de vista político pero de gran contenido emocional en mi vida.

Nevesinje es un pequeño pueblo de la zona serbia[3] de Bosnia-Herzegovina. Está a unos 30 kilómetros al oeste de Mostar y a unos diez de la frontera con la zona bosnio-croata. En noviembre de 1996, a pocos kilómetros de la línea de alturas que domina el pueblo, se encontraba uno de los destacamentos españoles, de entidad subgrupo táctico (SGT), pertenecientes a la SPABRI III de la Fuerza de Implementación de la OTAN (IFOR)[4]. En un paisaje nevado y con temperaturas de hasta -16ºC, los BMR del SGT “Alférez Munar” patrullábamos Nevesinje y los alrededores. La escasez y los años de guerra se notaban en las gentes del pueblo, penuria agravada entonces por el simple hecho de ser serbio-bosnios, los grandes perdedores y los “malos de la película” para la comunidad internacional. Allí, buscándose la vida como todos los demás, había un perro. Grande de tamaño aunque flaco, con el pelo negro, no muy largo, que podría asemejarse, con muy buena voluntad, a un pastor belga. Andaba de un lado para otro, sin llamar la atención de nadie, buscando algo que comer. Yo sí me fijaba en él. Me llamaba enormemente la atención la viveza e inteligencia de su mirada. Oía el ronroneo del BMR, se paraba en seco, nos miraba, y seguía a lo suyo una vez comprobado que no éramos una amenaza. Lo veía prácticamente todos los días que bajé a Nevesinje en esas primeras semanas de misión. Por supuesto, no le di nunca nada. Nos mirábamos y ya está. No sé lo que hubiera pasado si alguien me hubiera visto darle comida a un perro en aquellas circunstancias.

FOTO: www.wikipedia.org
Un día, ya bien entrado diciembre, lo vi muerto, sobre el hielo, en una cuneta del pueblo. Tumbado, sin signos aparentes de violencia, como si estuviera durmiendo. Reconozco que me entristeció bastante. Y allí siguió muerto durante al menos una semana más, despertando el mismo interés entre los transeúntes que el que había despertado cuando estaba vivo. Me dio más pena ese perro que la mayoría de los adultos con los que me tropecé en esa misión, sin tener claro realmente el porqué. Ese perro negro abrió un huequito en mi corazón, una conexión sentimental con ellos, los perros, que ya no me abandonará el resto de mi vida. Los niños y los ancianos eran otro tema. Quizá en mi cerebro la lástima sea proporcional al grado de vulnerabilidad. No lo sé. Pero lo que sí sé es que ambos son las primeras víctimas en cualquier conflicto.

PATTON (Foto: autor)
Siete años después de ese suceso, compramos nuestro primer perro. Mis padres también han tenido perros, pero este era el primero verdaderamente mío. La verdad es que fue casi una elección forzada. O un perro o un sueco de un metro noventa que llenara mis grandes ausencias de casa. Así entro Patton en nuestra vida. Un bulldog francés totalmente blanco, seguramente el más débil de la camada en su República Checa natal. No sé el tiempo que llevaría en la tienda[5] pero cuando entré, mi mujer lo había sacado de la jaula y el pobre hacía todas las monerías que sabía para intentar convencerla de que era el perro adecuado. Yo no había visto esa raza en mi vida –la dueña de la tienda tuvo que coger un libro para explicarnos sus características–, incluso me pareció bastante feo, pero mi mujer ya había elegido. Ese perro blanquito, con orejas de murciélago y al que sólo le faltaba bailar claqué para llamar nuestra atención, nos llenó de alegría y cariño los escasos tres años que vivió. Como si Dios hubiera querido compensar su constitución débil[6], le había dotado en cambio de un carácter y una dulzura que inspiraba una enorme ternura.

PATTON (Foto: autor)
Un día, sin saber bien la causa, se quedó paralítico de medio cuerpo. Recuerdo que llegué desde Bilbao, donde en aquellos días estaba destinado. Estaba en el veterinario, en el suelo, hiperventilando de dolor, cuando me acerqué a él. Me vio y vino hacia mí arrastrándose buscando mis caricias y mi protección. Ya no había nada que hacer. Había perdido la sensibilidad profunda en las patas traseras debido, posiblemente, a una lesión en la médula espinal. Le pusimos la inyección y murió en mis brazos. No recuerdo haber llorado tanto en mi vida. Sabía que era irracional. Un pedazo soldado de treinta y pico tacos llorando como una magdalena por un perro. Irracional pero irrefrenable. Ese huequito que me había abierto el perro negro de Nevesinje se hacía más y más grande.

He enterrado a mis cuatro abuelos. Los cuatro muy queridos y con los que mantuve una magnífica relación tanto de niño como de adulto. Con la muerte de ninguno de los cuatro derramé una sola lágrima. He enterrado a compañeros. Compañeros de promoción y amigos, antes que compañeros de armas. Tampoco derramé por ellos una sola lágrima. Incomprensible, irracional, estúpido…, pero real.

MONTY (Foto: Autor)
Ahora tenemos otros dos bulldogs francés. Monty, el mayor de ellos, con ocho años, compartió su infancia con Patton; él también maduró el día en que murió su compañero de juegos. Tiene dos operaciones de hernia discal. Le pasó lo mismo que a Patton pero esta vez la experiencia hizo que lo cogiéramos a tiempo. Lo pusimos en manos del excepcional personal del hospital veterinario Los Madrazo de Madrid, que lo sacó adelante. Arrastra un poco las patas traseras (le ponemos botas para que no se destroce las uñas) y tiene pérdidas de orina, pero sigue disfrutando de la vida a tope. A Ike, el pequeño, de seis años, también lo sacó adelante el equipo de Los Madrazo cuando sufrió la parálisis de todo su sistema digestivo. Ahora sólo puede comer pienso humedecido y en pequeñas cantidades, pero sigue siendo un cachorro grande que disfruta haciendo el payaso. Y lo peor es que ambas lesiones fueron simultáneas y en medio de otras mil movidas personales. Ellos vivieron porque así lo decidimos, gracias al acierto veterinario y a un esfuerzo descomunal por nuestra parte, pero no hay un solo día que no me alegre de la decisión que tomamos.

IKE (Foto: Autor)
El otro día, viendo la película Hachiko[7], me vinieron a la mente muchas de las razones por las que estoy tan unido a mis perros. Representan la lealtad[8] incondicional, el amor eterno y gratuito, el agradecimiento constante e inmediato, la compañía inquebrantable, el consuelo silencioso. Están bien cuando tú están bien y son capaces de cualquier cosa por el amago de una caricia en el lomo. Por eso, cuando se van, dejan ese vacío tan enorme. Porque ese hueco, ese agujero que a mí me abrió el perro negro de Nevesinje, no puede llenarlo ser humano alguno, simplemente porque siempre poseerá los defectos intrínsecos a esa condición humana.

Sé que este artículo no lo entenderán quienes no tengan perro. Tampoco aquellos para los que tener perro es atarlo a una cadena o encerrarlo de por vida para que vigile una propiedad. Para los que un perro es una herramienta de caza que cuelgan de una soga cuando pierde facultades. Para los que tenerlo consiste en convertirlo en un psicópata, como ellos, y luego sorprenderse de que haya destrozado a un niño. En fin, para los que creen que es un juguete estacional que se abandona en una carretera cuando se van de veraneo porque es un estorbo…

Sí, sé que este artículo es difícil de entender cuando no has sentido la cabeza de un perro durmiendo en tu regazo o te ha acompañado en un largo paseo por el monte.
Ahora que lo estoy acabando, sé que a alguno le parecerá ridículo y, a otros, hasta vergonzoso. “¡Vaya militar!”, pensarán. Pero, para tranquilizar a estos últimos, les recuerdo que en la guerra se mata principalmente a humanos y en ese caso, ya veis, no tendría ninguna pega.   
PATTON Y MONTY (Foto: Autor)
MONTY Y IKE (Foto: Autor)


[1] Cosas de la vida. Posiblemente la mayor aportación de Teddy Bautista a la música española sea su participación en el musical Jesucristo Superstar, estrenado en España el 6 de noviembre de 1975, y en el que Teddy hacía el papel de Judas, como no podía ser de otra manera. En la década de los ochenta la vena creativa de este pedazo…artista se debió secar, dedicándose desde entonces a “sus labores” ahora ya públicamente conocidas.
[2] El 1 de octubre de 1936, en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca, chocaron dos personalidades formidables. Don Miguel de Unamuno, rector de la universidad, intelectual excepcional, orador brillante, agudo, ágil y letal como una alicantina; y don Millán-Astray, militar e intelectual también, excepcional orador, pero con el estilo y el calor del que arenga a los soldados que se dirigen a una muerte segura, más que dedicados a la dialéctica pura. Millán-Astray, con un ego que no le cabía en su maltrecho cuerpo y tres meses de guerra civil a su espalda; Unamuno, que llegaba con un calentón importante. Este se debía a que llevaba en su mano la carta desesperada de la mujer de un íntimo amigo suyo, el presbítero de la iglesia anglicana don Atilano Coco Martín, detenido y pendiente del paredón. Había pedido clemencia al general Franco, pero fue inútil. Empiezan los discursos y el profesor don Francisco Maldonado de Guevara ataca duramente a Cataluña y al País Vasco que, junto con Madrid, califica como focos de la anti-España. El bueno de don Miguel, vasco de pro, no aguanta más. Pide la palabra y su discurso es demoledor. Salta Millán-Astray que arremete como una apisonadora enfervorizando al auditorio. Alguien por el fondo del auditorio grita “¡Viva la Muerte!” En respuesta, Millán-Astray grita: “¡España!” Don Miguel, de pie, coge carrerilla y en una intervención tan letal como magnífica, con el grito sobre la muerte y la invalidez del fundador como hilo argumental, le hiere en lo más profundo de su orgullo. Millán-Astray, de pie también, en su impotencia sólo contesta “¡Muera la Inteligencia!” Don José María Pemán, que presencia el incidente, intenta suavizarlo gritando: “¡No!, ¡Viva la Inteligencia!, ¡Mueran los malos intelectuales!” Entre el tumulto que ya empieza a formarse vuelve a oírse de nuevo a Unamuno con su famoso “¡Venceréis, pero no convenceréis!” y finaliza con un cortante “he dicho”. Viendo el cariz que está tomando el asunto, don Esteban Madruga Jiménez, futuro rector de la universidad, agarra a Unamuno para sacarlo de allí. Doña Carmen Polo, esposa de Franco, le coge del brazo. Unamuno tropieza y, Millán-Astray que sigue toda la escena y es consciente de lo delicado de la situación le grita: “¡Dele usted el brazo a la señora!” Finalmente don Miguel, acompañado en la salida por el cardenal Plá y Deniel, logra meterse en el coche que le llevará a su domicilio. Un choque de trenes: Unamuno, que había apoyado el alzamiento desde su inicio, había cargado contra una de sus figuras más míticas. Millán-Astray, hombre culto e intelectual brillante, había gritado “¡Muera la Inteligencia!” Definitivamente, los calentones son muy malos. Por cierto, Atilano sería fusilado por su pertenencia a la masonería el 8 de noviembre de 1936.
[3] Bosnia-Herzegobina está dividida en dos entidades: la República Srpska (ortodoxos), de mayoría serbia, y la Federación de Bosnia-Herzegobina que se reparte zonas croatas (católicos) y bosniacas (musulmanes). Sus fronteras vienen delimitadas, aproximadamente, por la situación del frente en el momento de la firma de los acuerdos de Dayton en 1995.
[4] En ese momento las fuerzas españolas de SPABRI III desplegaban, en Bosnia-Herzegovina, en Mostar-España, Mostar-Aeropuerto, Stolac, Nevesinje, Trebinje, Dracevo y Medjugorje.
[5] En todos estos años hemos aprendido mucho sobre los perros y lo que les rodea. Lo primero es que nunca, jamás, volveremos a comprar un perro en una tienda de animales. Los motivos son las condiciones en las que están los cachorros y, especialmente, el origen de la mayoría de ellos, granjas en la Europa del Este con hembras sobreexplotadas de las que son destetados a los pocos días para ser vendidos por kilos, meterlos en un camión y venderlos aquí por un precio infinitamente superior. Nuestro segundo perro se lo compramos a un veterinario. Otro error, pues se supone que comprábamos un bulldog francés puro pero, al crecer, ha resultado estar totalmente fuera de estándar. El último lo compramos en criador y esa vez sí acertamos.
[6] Los problemas de salud más importantes que sufrió el pobre Patton fueron: prolapso de la glándula del tercer párpado (ojo de cereza), sarna demodécica, ojo seco (derivado de la carnicería que le hicieron para, supuestamente, curarle el prolapso), intoxicación hepática, problemas de alimentación (era francamente un mal comedor), tenía ligeramente hipertrofiado el corazón y la fatal lesión nerviosa que provocó su paraplegia y su eutanasia.
[7] Hachiko: A dog's Story. Director: Lasse Hallström. Protagonistas: Richard Gere y Joan Allen
[8] De hecho, la RAE define lealtad, en su segunda acepción, como el amor o gratitud que muestran al hombre algunos animales, como el perro y el caballo.